domingo, 5 de junio de 2011

Océano ejército

Van de azul, todo de azul. El viento bate los mantos de hilo, bruscamente añiles. Cosidas a la moharra de la pica (cuyo aguijón es romo) las oriflamas saborean las nubes con serpentinas lenguas de cobalto. Los pájaros sobrevuelan las líneas cerradas durante días antes de dejarse caer, vencidos por el esfuerzo de la cruel distancia: el involuntario oleaje de sus aturquesadas cimeras no se distingue del auténtico mar. Y, como el agua, perduran: constantes. Puede que sea el suelo el que se mueve bajo sus pies, el que los avanza y los retrocede, el que los posiciona en la coordenada precisa y consiente su peso. Si caminasen realmente, si diesen, al mismo tiempo, un solo paso, la vibración provocada por el monstruoso desplazamiento resquebrajaría la superficie y el abismo se ahondaría hasta despedazar el corazón de la tierra. Basta el hosco ronquido de los tambores, viejos como los brazos que los redoblan, viejos como la guerra que va destensando sus pellejos, para recrear la siniestra ilusión de la marcha innecesaria. El enemigo nunca está demasiado lejos; las persecuciones son ejercicios inútiles. Su estrategia es la del aire contra la roca. Su disciplina, la regalada certeza de ser invencibles, inexorables. Las legiones de César pelearon con arrojo para luego perderse en una jaula de hombres infinitos, donde también se extraviaron y olvidaron su época y su lealtad enloquecidas hordas del rey Jerjes, maltrechas falanges macedonias en busca del Nilo, jinetes arqueros de la eterna China, primitivas tribus de secretos archipiélagos, honderos celtas y veteranos cartagineses que, desprovistos de armas y de dioses, imploraron la piedad del degüello. En remotas secciones cuya denominación sus propios comandantes ignoran, aún perseveran náufragos soldados en batallas espectrales, abandonados entre rostros que declinan una sucesiva indiferencia. No luchan; no se defienden. La Infantería es un instrumento afinado, perfectamente armónico. El sistema por el que se rige es eficaz, automático. Las heridas abiertas en la formación son restañadas con rapidez. Por cada puesto hay un número inagotable de suplentes: cuando un guerrero cae, otro viene a ocupar su lugar, respetando y conservando la ilimitada simetría. La velocidad de la muerte nunca alcanza la frecuencia del reemplazo, de suerte que la marea humana fluye extensiva, como una necrópolis infecciosa, fúngica, atrayendo y arrastrando cadáveres, devorando siglos, civilizaciones, burlando la geografía y la temperatura, hasta rellenar los huecos. Hasta completar el mundo. El hombre no ha comprendido aún que la paz es insensata; que es, en cualquier caso, un trastorno puntual de la Historia. La vastedad del frente zarco, sus providenciales dimensiones, la niegan. En su victoria total, en su triunfo incontestable, esférico, próximo, habita la única esperanza. Ser uno más y nada más. Encajar, al fin, para siempre. Ojos azules, horizonte azul. Milimétricamente felices.

jueves, 2 de junio de 2011

Elegíaca Venecia

No como se perdieron los libros de Alejandría
se perderá Venecia: será una lenta llamarada.
Tiempo atrás empezó este incendio de agua
que pertinaz consume su memoria, día a día.

Tal vez, indolentes, acordaron las estrellas
que una noche faltaría el Véneto, no la herida.
La Italia recortada llorará en tu playa vacía;
el mapa del cosmos no alterará tu ausencia.

Habrán pasado segundos y serás Atlántida.
Cosa triste: pródiga en gigantes como fuiste,
no volverán a alcanzarte las ricas caravanas.

Te llevarás para siempre el Rialto que ceñiste
ingenua. Te llevarás San Marcos y las máscaras.
No dejarás, para los otros, más que lo imposible.