jueves, 28 de abril de 2011

Bloques

Se llama Natascha y fue campeona mundial de Tetris en el año 2009. Ahora mismo está en el salón de su casa, un ático de la Diagonal de Barcelona, coqueto refugio, organizando por quinta vez en lo que va de semana los libros de la estantería, colocándolos por orden decreciente del centro a los extremos, formando una campana de Gauss. A Natascha le gusta decir que es una chica metódica, aunque quienes la conocen prefieren llamarla maniática (su novio pensaba lo mismo, aunque apreciaba en ella otras virtudes). Después de quince años de juego ha comprendido que los principios básicos del Tetris (todo encaja sólo en su lugar; siempre hay un hueco donde cada cosa encaja) son muy válidos para la vida diaria, y los aplica continuamente, en multitud de ocasiones. Nada más sencillo ni entretenido que dividir el mundo en bloques y convertirse en un maestro acomodándolos en desafiantes estructuras, sin que se amontonen, en el menor tiempo posible. Así consigue, por ejemplo, que el modesto salario que percibe por dar clases particulares de inglés todos los martes y jueves sea suficiente para cubrir sus necesidades, y aún para permitirse algún que otro –aparente– capricho. Sin embargo este sistema obliga a una rigurosa conducta que, de igual modo, la fuerza a cosas tan curiosas, o ridículas, como calcular la medida exacta de masa que necesita una tortita para que su circunferencia coincida al milímetro con el contorno del plato en que se sirve. Busca la armonía, la simetría, la coherencia y la regularidad donde los demás sólo se preocupan por el aroma, la cantidad, la textura o el sabor. Es matemática hasta en el sexo. Para ella el coito es una aritmética más, una geometría de los cuerpos desnudos que luchan por adaptarse a un patrón indeterminado, por lo que lleva desde los dieciséis aprendiendo nuevas posturas y filigranas. Éstas son las otras virtudes a las que se refería el novio, o tal vez los pretextos, según se entienda a tenor de lo que ocurrió. Una mañana el chico, recién duchado y con la camisa planchada, confiesa que no se siente con fuerzas para continuar con una relación en la que lentamente se ahoga, en la que no se siente completado, y que prefiere dejarlo y quedar como –aparentes– buenos amigos. Natascha no dice nada; no reacciona. Durante cuatro años ni un mal gesto, ni una palabra amarga, ni la menor señal de advertencia. Lo creía satisfecho, cómodo; pero se equivocó. A la campeona mundial de Tetris, por primera vez, hay algo que no le cuadra. Se siente como si la pieza alargada, la de los cuatro módulos en línea, hubiese caído tumbada taponando un espacio vertical, hecho a medida, estropeando la siguiente jugada. Él hace las maletas y se marcha, callejeando. Ella sale a pasear y camina hacia adelante sin detenerse, con una mano rozando las paredes de los edificios, corrigiendo mentalmente las interrupciones (puertas, pasajes, escaleras que suben o que bajan, balcones…) para quedarse con ese segmento conceptual, completo, constante. Así se topa con el frío panel de un escaparate, donde encuentra la solución. Se llama Crystal Lover y es un estimulador acrílico e hipoalergénico de diseño. Mide 25 centímetros de largo, ancho en punta 2'5, medio 2'8 y base 3'5; cuesta 32’95 euros. Todo encaja sólo en su lugar; siempre hay un hueco donde cada cosa encaja. Si la decoración, la economía, la cocina e incluso la anatomía siguen esa regla, piensa Natascha, ¿por qué iba a ser diferente con los sentimientos? Lo compra y vuelve a casa. Un dedo acaricia el envoltorio de cartón a través de la bolsa y toda ella se agita, casi se sacude, en un estremecimiento repentino. La pieza caída ha desaparecido, un nuevo bloque se acerca. Puede seguir jugando: nada obstaculiza ya la partida perfecta. Sonríe, tarareando los acordes de una de las melodías MIDI más reconocibles de todos los tiempos como quien canta el We are the champions, de Queen.

1 comentario:

Adepta Sororita dijo...

:OOOOO
Que gran maravilla!!!!!
Me encantaa :3