miércoles, 1 de diciembre de 2010

La acróbata y la bollera

En el trapecio, con la malla plateada, ceñidita, y esos flecos, que reflejaban todas las luces de la pista con tanta rapidez que era imposible saber de qué color era realmente, suspendida sobre una red que el caótico resplandor desvanecía, jovencita, rubia y callada, el pecho tranquilo, parecía una paloma dormida, emplumada de cielo, sin miedo a lanzarse al vacío de sí misma. Llevaba pintada la raya del ojo, con un lápiz azul oscuro, la sonrisa roja, madura la fresa en sus mejillas, y una tímida lengua que recogía, cada trescientos noventa segundos de infierno, el paraíso acaramelado de unos labios todavía vírgenes, pero desesperadamente clamorosos.

Soñaba, acaso, con ese salto perfecto, una cabriola pensil que detuviera el girar del mundo en un instante casi infinito, como de terciopelo, ancho y diáfano, muy apacible, en el que todos aquellos que la observaran, clavados en sus asientos, pasmados mientras ella ejecutaba su pavana angelical, entrasen dulcemente y cumplieran allí los deseos más secretos. De esta forma la miraba, la devoraba, una muchachita ilusionada que desde niña no quiso más que despegar los pies del suelo y volar, para amasar las nubes y hornear bollitos de blanco algodón, de los que picoteasen luego pajaritos de gominola.

Y la seguía, y aprendía de memoria sus espirales, y escuchaba su silencio, y copiaba su respiración, y maldecía el espacio entre ambas, y esa distancia, de alguna forma, en algún mundo, quizás, muy lejos de allí, la vencía, y ya a su lado, aliento contra aliento, la piel a flor de piel, sin reja, se perdía en ella, la robaba, se la llevaba poco a poco, hasta que no quedaba casi nada, o nada de nada, y con las migas iba dibujando un caminito para volver a verla cada noche y todas las noches. Pero abrió los ojos, y al abrirlos, se le cerró el corazón. Nadie en el trapecio, nadie en el viento, nadie en el circo, y una pierna rota y un grito, y en la frente un beso de su novio, domador, que cerró, también, la jaula de los leones, y a ti, muchachita, te dejó fuera, ya para siempre.