domingo, 27 de junio de 2010

Oración final de los Arcángeles ('El jaez')

Una verdad por cada pluma.

Cierras los ojos cerrados y finges que no ves nada; y te callas, pensando que alguien puede ofenderse. No piensas que más allá de tus párpados, adentro, hay tal vez más gente que te escucha, y que te sigue viendo. Has colgado imágenes de tu cuerpo, como cuadros caros, por todas las galerías de tu pensamiento. Te has forzado a despreciarte por hartazgo; por obvio, te has vuelto invisible. Por creer que no vales nada, que nada puede valerte. Nada. Mejor que aún no hayas soñado que sueñas, para así no haber querido mover la mano y espantar el monstruo alado de tu pesadilla. Ojalá que no te duermas mientras caes al vacío…

¿Sabes una cosa del Imperio? Lo nombras y lo ensanchas. Lo guardas en tus labios, lo doras de saliva vuelta y vuelta, y crece dentro de ti, y te completa. No estás mascando una palabra como el pan, ni como las letras de la voz nostalgia, siempre en el filo. No estás caminando una tierra, ni mirando en la mena la escultura: no es mística ni ingrávida, porque no está en tu mano para que la pierdas. Es una idea, apenas; casi viento triste, exiliado de trompetas, que ya no mueve estandartes. El Imperio que tú tienes, que yo tengo y que nos tiene, que responde al grito de la lluvia en cada pozo, que se duele de la herida y el ungüento, está en el corazón, en lo más hondo, enquistado como un sueño de insensata juventud. Tierno ya, parado en una expiración eterna. No se hicieron para nosotros, los arcángeles, las grutas de miel del Imperio…

Y dime, hermano, si tú vuelas, y yo vuelo, ¿qué cielo nos estará vedado? Siento, acaso sin creerlo todavía, ese fluir delicado que golpea con batanes mis venas, que me besa sin delicadeza las sienes, y en su fulgor de estrellas innombrables me deja insatisfecho. Ese río, hermano, ¿no es cierto que llena el cielo? ¿No es verdad que nos cubrió en la placenta? Como tú, que he nacido, con muchos, de la misma madre y del imposible mismo padre, tengo alrededor de los dedos una densa ausencia de regusto amargo, de agrio acero. Al ascender y en el picado siento, en un rincón demasiado oscuro, una porción de arrogancia que no se borra, que con candor se aferra con uñas duras; siento, hermano, que en nada, más que mi piel, se complace Dios dibujando con sangre extraña. ¿Por qué –no me pregunto– puede albergar juntos el alma tanto orgullo y tanta, tanta, tantísima misericordia por las cosas que flotan?

No he sabido hacerlo bien. Más allá de correajes, de cosas simples y de razones profundas, nada amplía mi ámbito; nada me ata a este suelo, ni a ningún otro que fracture los huesos. Nada reconozco si no es mi sueño. Más allá del Imperio, no hay realidad que lamentar, ni hay nada perdido. El cielo puede serlo todo, y el pulso del cielo, y su sangre aliñada de polvo de cometas; pero al batir el espacio, igual que las gaviotas, se me llena el pecho de mar; se me abre la vida por el centro y doy a luz, sin pensarlo, nuevas esperanzas de humildad implacable. Quiero ser eso, pero yo no puedo. Ese jaez sobre mi cuello encaja, con elegancia de yugo, y me llama por mi verdadero nombre. ¡No ha nacido ni muerto el hombre que Le quite la brida de los puños bien cerrados!

Por cada pluma, una verdad.

Somos. Soy cada uno de vosotros, y todos los que están en ti, y los que no imaginarías nunca. Estoy delante de ti, de todos, en el mundo entero, aquí. Despliego las alas: rozo las claves de las bóvedas; amago el suspiro del universo. Siento, porque no siento, y nada me afecta ni me cambia, pues no soy permeable más que unas lágrimas: las Suyas. No sufro, porque sufro, y mi dolor no tiene carne para morderme. Solo, o en cascadas de soledad, en orgías de silencio o en bengalas de viejos candados, ante las bocas, asaeteado, sepultado de sextinas que repiten seis veces y desordenan seis miedos, permanezco quieto, como una vaina desechada, en pie siempre a Su lado. Tuve piel y hoy ya no tengo más que futuro.

Arcángel. Te ha descrito una pluma en cada pluma, tatuándote un verso de amor por una ciudad de oro, y una hermosa blasfemia reflejan los brillos de tu escudo. Has sido, Arcángel, paciente y generoso: has desviado el curso de cien arroyos, alimentado a mil pueblos, sanado los males de un enfermo mundo que no te dio las gracias ni te las dará. No estás, Arcángel, en la lista de los dones de la tierra, ni hay premio para ti. Te han reservado un asiento en el último acantilado y sólo esperan que cantes, que reines, que pintes de azul añil el caparazón de las tormentas, con una espada en la mano. Recuérdate, Arcángel, que haces lo que haces para que no lo hagan otros; ríete tú de los herreros, de los afónicos y de todos los estúpidos que coleccionan medallas.

La hierba que no pisas, reverdece. Eres un halo que incendia de valor todo lo que sangra, y una máscara que goza de ilusión en los que lloran. Tu jaez, ajustado, ceñido como una corona, cascabelea al paso de tu vuelo; chapoteará en lagunas rojas de deber cumplido. Porque eres el santo entre los Santos, y sagradas son hasta tus peores palabras; tus mejores actos. Empuñas con igual fiereza hierro y fusta, y gritas con el mismo grito honor o tierra; de la Fe has enseñado los dientes a las bestias, y sabe de tu fuego hasta el Infierno. Perfuma ya el laurel tu frente, el mercurio desgranado en riachuelos: el dibujo mismo de un árbol, de un castillo que sale de la arena, que a toda la patria del sol, en brazos, sostiene sobre el amanecer del Triunfo.

Y la verdad única, es ésta.

En la región más oscura,
en el laberinto de la incerteza,
mostró Su luz más pura.

Arcángel de Dios, nada temas.
Vas a vestir armadura.
Vas a morir en la guerra.

1 comentario:

Adepta Sororita dijo...

T_T Hay algo en este texto que me desorienta, no sé si es que no soy capaz de entenderlo o es que está mal estructurado... T_T necesito un traductor personal (si es el autor mucho mejor :3).