viernes, 4 de junio de 2010

Retrato de una guiri en autobús

Tendida en las barras del techo, casi a punto de echar a volar, agitada por el viento de las manos de todos (y vamos más de cincuenta), que no la ven nunca completamente seca. Parece que quisiera salir por la ventana por cómo la mira. Alguien le dice algo (¿la madre?) y le canta el acento luterano entre erre y erre. Me fijo en ella con ponderado voyeurismo, dejando que amanezca y sombree poco a poco sobre el horizonte de la cuartilla. Entonces, la calco:

-Piel rebozada de resoles blancos, brillantísimos.
-Ojos color miel de aceituna. No parpadean para no perderse.
-Bajo la nariz anecdótica, unos labios algo insulsos, ahogados en barniz de avellana.
-Las orejas (más abajo explico la quincalla) se le escapan hacia la nuca.
-Rubia improbable, entreverada de negro Ray-Ban.
-Prognata y algo más, porque no sonríe.
-Faldita rosa, suplicante, y top negro de caudales, anudado sin combinación a la espalda.
-El pecho de Levante más escorado que el de Poniente, medio aplastado por la bandolera.
-Leggings oscuros, más chivatos que las cejas.
-Zapatitos (de nuevo, negros) de verano.
-Sobre ellos, en equilibrio, apenas dos barquillos de canela.
-Hombros enrejillados que aherrojan la carne más salmonete.
-De pendientes dos corazones boca abajo, puntos suspensivos y frutillas de cristal que parecen moras.
-Codos cianóticos, alertas como dos radares.
-Dedos arracimados en manos demasiado grandes en torno a una lata de Nestea, cada uno dentro de una vitola bisutera.
-No lleva mechero en ninguno de los bolsillos que no tiene.
-Las uñas pintadas con redundancia, una tras otra, como púas de guitarra.
-Olor a chiringuito cinco estrellas.
-Paso rápido y saltarín, de sirena fuera del agua, al apearse.

No ha dejado ni la mancha de humedad en las pinzas viudas que se quedan dentro hasta la Alameda, y vuelta a empezar.

No hay comentarios: