miércoles, 17 de noviembre de 2010

Carmesinia

Contemplaba circunspecto el universo bajo su mando desde el trono excavado y esculpido en un sencillo planeta de roca gris, con el codo apoyado sobre el reposabrazos tapizado de hectáreas de terciopelo rojo, fatigándose la vista en adivinar las estelas de las estrellas fugaces y el seso en predecir sus caóticas trayectorias. Era el emperador un dinosaurio de mirar distante, con manchas verdes sobre la piel rosada, de burdeos desteñido, y una voz de sirena exiliada que ya no producía más que chillidos condenados a perderse en la soledad del espacio. Cuando le conocí ya no quedaba en todo el imperio quien se atreviese a hablarle. Tal vez por eso confió en mí para el puesto de virrey de las provincias orientales, donde aún se adoraban a deidades vinculadas a la noche y la música estaba prohibida por considerarse grave blasfemia. Tal vez no le quedase nadie más a quien pedírselo.

Fui enviado a un mundo que había existido por muy pocos años, en los cuales la inteligencia de sus extraordinarios habitantes encontró tiempo y materia más que sobrados para germinar y florecer en una civilización mucho más avanzada que la de sus lejanos vecinos. Tal claridad de pensamiento y grandeza en virtud alcanzaban aquellos seres, que un principio no pude por menos que considerar intrigantes, que todavía no se habían dejado caer en el pozo insondable de la vanidad como es usual entre los de nuestra clase, y eran lo suficientemente humildes para rechazar bautizar a su hogar cósmico, evitando así querer significarse con arrogancia frente a otros mundos de su región sideral más antiguos en la Historia. Lo llamamos Carmesinia nada más llegar, debido a su atmósfera mezcla de tonos asalmonados y vagos púrpuras, que a menudo se definían dando un grana arrebolado. Era un planeta de flamencos.

Lo primero que supe por boca de Cayetano, su líder espiritual y responsable entonces del gobierno y la administración, fue que los habitantes de Carmesinia tenían prohibido andar de frente bajo pena de muerte; ley que, como pronto descubrí, no dudaba la Justicia en aplicar con la mayor severidad y contundencia. De igual modo recuerdo cómo me pareció singular el estricto veto gastronómico que afectaba a la utilización de cualquier tipo de ave en cocina, aunque no puedo decir, en rigor, que me sorprendiese. Entre sus muchas y llamativas idiosincrasias la sociedad carmesina procuraba en todo momento actuar según la regla de la coherencia, sin cuestionar las verdades convencionalmente aceptadas y guardándose de promover ideas radicales o tan sólo levemente heterodoxas. Supe que trescientos años atrás, en la que se conoció más tarde como Época Triste, una dirigente anarquista de nombre Xhynch (al parecer, los nombres ordinarios eran privativos de las familias más conspicuas) había encabezado la lucha de una facción disidente contra los abusos de la monarquía, propugnando un nuevo sistema de poder basado en la soberanía del pueblo. Tras seis décadas de enfrentamientos (son excepción los flamencos que no llegan a sobrepasar la frontera de las dos centurias) fue finalmente detenida y ejecutada, exponiéndose su cabeza en una pica plantada en los jardines del palacio real. Apenas diez días después de su muerte los más ínclitos filósofos, moralistas y científicos concluyeron que Xhynch tenía razón en sus postulados, lo que hacía necesario la abolición inmediata de los privilegios hereditarios y la implantación de una nueva estructura de gobierno, que quedó concretada en los principios del modelo político actual: la ornitocracia. Jamás sintió embarazo un carmesino por reconocer el acierto ajeno y reparar el error propio.

Se compone la familia flamenca, por lo general, de un padre, dos madres, los hijos, los abuelos y sus esposas, los bisabuelos y sus esposas, y los tatarabuelos, no considerándose sus consortes, a partir del nacimiento del primer descendiente en cuarto grado, miembros de la estirpe. A pesar de mi interés y mis denodados esfuerzos no he sido capaz de desentrañar la razón de este comportamiento, que se tiene por principio fundamental e inamovible del orden social y cuenta con plena aceptación. Los matrimonios se conciertan a menudo con décadas de antelación, incluso antes de la eclosión, siendo considerado de baja categoría la unión por motivos sentimentales. No obstante, la homosexualidad es contemplada con indulgencia, aun con cierta distinción, fruto de la influencia del comportamiento de los cisnes, ser dechado de aristocrática presencia, cuya colonia se estableció en el planeta desde el inicio de su historia escrita.

No me he detenido a hablar sobre el ingenio y la capacidad de la tecnología de Carmesinia, patrón acrisolado de eficacia en todo el imperio y principal valor frente al desinterés exterior. Empero, en lugar de enumerar una interminable lista de logros, nombres y fechas, prefiero relatar una anécdota que, a mi entender, refleja a la perfección la naturaleza tan única y particular del carácter y la flema de este pueblo. En los comienzos de su desarrollo como sociedad avanzada los flamencos carmesinos advirtieron que, a pesar de haber conseguido adelantos impensables en otros rincones del universo, como los viajes interestelares sin necesidad de combustible, la fusión fría o el teletransporte, aún eran incapaces de contener la crecida de los cauces fluviales para evitar las inundaciones en grandes ciudades. Para poner fin a la situación fue organizada una expedición con el objetivo de visitar otros planetas y recabar información que les reportase los conocimientos necesarios para solucionar de una vez por todas el acuciante problema. Al llegar al Sistema Solar los miembros de la misión se maravillaron al descubrir la labor que llevaban a cabo los castores construyendo sólidas presas en los ríos para controlar su caudal. Debido a un fallo en el vehículo espacial los tripulantes no pudieron regresar (de hecho, hay teorías que postulan que los actuales flamencos terrestres no son sino el resultado de la involución de la progenie de estos precursores de la raza) y enviaron por señales de onda el epítome de cuanto habían visto a sus camaradas. Al mensaje, recibido con años de retraso, se respondió preparando una nueva expedición, esta vez con la encomienda de traer consigo a su regreso a cuantos ingenieros castores fuese posible capturar. Pero debido a un fallo en la comunicación relativo a la descripción física de tan desconocidas criaturas, el nuevo equipo las confundió con ornitorrincos debido a sus similitudes morfológicas, y cargó una copiosa remesa de vuelta a Carmesinia. Allí, tras demostrar su total y absoluta falta de pericia en el cometido que se les había impuesto, y viéndose favorecidos por la ancestral ley que prohíbe ajusticiar foráneos, además de por la falta de depredadores naturales, los ornitorrincos se multiplicaron a un ritmo alarmante hasta ser considerados una benigna pero completamente inútil plaga. Desde entonces, en Carmesinia son norma dos cosas. Una, que las crías de flamenco se entretengan jugando con estas graciosas mascotas, que a pesar de ser venenosas se prodigan en docilidad. Y dos, que los núcleos urbanos se encharquen hasta los dos pies de agua cada vez que llueve, gracias a lo cual han inventado los mejores equipos de buceo que se conocen.

Como virrey del emperador fue mi deber desde el primer día dar relación veraz sobre cuanto asunto concerniente al desenvolvimiento de la vida pública adquiriese especial relevancia, velando siempre por mantener toda manifestación de carácter popular dentro de los márgenes de la estabilidad y la paz. Me enorgullece afirmar sin miedo que, en el tiempo que se prolongaron mis responsabilidades diplomáticas, ningún informe remití donde se pusiese tacha alguna al talante impecable de los carmesinos, nación educada en la contención de espíritu y la templanza del ánimo. Sin embargo, debo confesar que cundió en mí la incertidumbre cuando tuve ocasión de presenciar la forma en que tenían lugar sus comicios. Por cada candidato al poder se designaba un nido en todas las circunscripciones electorales, en el cual los votantes mostraban su conformidad con el programa de cada representante político depositando una piedrecita, con su nombre y DFI (Documento Flamenco de Identidad) para evitar fraudes. Al final de las jornadas de elección se hacía el recuento total y el aspirante a gobernador, juez o censor que obtenía el mayor número de piedrecitas era confirmado en el cargo. Se me antojó un procedimiento, si bien indudablemente ecuánime, harto original y extravagante, sobre cuyas implicaciones sigo reflexionando aún hoy en día.

En cuanto a la religión puede discurrirse muy poco, ya que ésta, para los carmesinos, no se basa en abstractas metafísicas ambiguamente reveladas, sino en certezas mensurables elevadas al rango de sacramento. De esta forma nadie puede poner en tela de juicio ni enfrentar teologías contradictorias, ya que el conocimiento de lo divino es la mera experiencia de lo sensible. Creen sin embargo algunas comunidades más atrasadas en la existencia de cierto demiurgo aflamencado, carente de alas y dotado de seis brazos a quien llaman el Serafín, quien eternamente incuba un huevo donde se gesta el sentido de la existencia. La mayoría rechaza esta fe, encontrando frívolo el crédito prestado a tales supercherías, equiparables a la opinión (cada vez más extendida) de que el cambio en los gustos del vestir viene condicionado por la variación del clima.

Es Carmesinia, en fin, un pequeño lugar en este infinito de constelaciones y misterios al que no puede ponerse punto sin más, pensando tontamente que todo ha quedado dicho. Mucho puede y debe decirse, y sé bien que cuanto más conozco de esta tierra donde cinco soles bailan con seis lunas, turnándose cada ciento siete años exactos para que la descartada no llore; cuanto más siento como propios ese brillo de sus joyas, esa majestad de sus edificios, ese folclore nunca del todo comprensible para los de fuera, pero atrayente y adictivo como una droga; cuanto más hundo mis raíces en su suelo de oro y arcilla, y paladeo el sabor de su agua e inspiro el olor inconfundible de su brisa, sé que más extraña y profunda se hace a mi pobre imaginación. Ojalá nuestro señor volviese hacia aquí sus ojos tristes y pudiera sonreír, divertido con tamaña caricatura.

1 comentario:

Adepta Sororita dijo...

Tal y como me lo habia imaginado pero mucho mejor :3