martes, 9 de noviembre de 2010

Poema

‘¿Dónde irás esta noche, Corso?’, te preguntan

los enjambres luminosos de la madrugada:

los chistes verdes, los zumos falsificados,

la niña chula, la ortografía de los epigramas.

‘¿Dónde descansas?’, te repiten,

con el fastidioso acento de las tardes

del té con pastas.

Habrías hecho bien, futuro desconocido,

empezando a olvidarte cuanto antes

del mundo. De tu caballo, Asterión,

del cascabel y de tu espada.

Librarte –fugarte– del sabor de esas botellas,

de esas horas y esa turbia ciencia;

limitarte a coleccionar el nombre

de tontos logotipos.

Ahora, cielito lindo, ¿qué te queda?

Cajones en ruinas, desiertos desahuciados

y un silencio más bien cómodo

para los profesores de Historia.

¿Y tu fama? ¿Y cada batalla

hasta la batalla de ayer? Me respondes con soberbia:

‘ya lo sé: no queda nada’.

Pero no se te acaba la cuerda, Scherzo;

a ti no se te gasta una casa.

No se te agotan los muebles,

las puertas ni los postigos de colores.

A ti las cosas se te pegan para siempre.

Lo empezaste, solo, un mes de invierno

y en el cuadernillo rojo escribiste:

‘mariposa color vino, alma mía…’,

comandando una legión de puntos suspensivos.

Hoy, echado en medio de ti mismo,

y tú mismo en medio de la calle,

todavía faltan por arder

algunas de las páginas

que no arrancaste.

Envaina el alma, mariscal, y abre

la jaula –chisquero elegante–

que son muchos los cigarros

liados en tus tristes sonetos

esperando por tus tristes labios.