viernes, 19 de noviembre de 2010

Carmín y lámpara

Coge el teléfono.

-¿Sí?
-Te espero allí. No tardes.
-No.

Cuelga. Mírate en el espejo. Asegúrate de que eres tú. Suspira. Pásate una mano por la cara y termínate el trago. Ve al dormitorio y saca la chaqueta y una corbata azul. Abróchate el último botón de la camisa y vístete como dios manda. ¿Qué hora es? Todavía tienes tiempo, pero no se te ocurra distraerte. Haz un repaso de la situación; cerciórate de dónde estás y qué estás haciendo. El coche está aparcado fuera. No hay nadie en la calle. Ahora. Sube, arranca y conduce hasta el puente. No toques el retrovisor. Deja en paz el paquete de tabaco. Conoces el camino muy bien. Trata de concentrarte en él, en las líneas de la carretera. Intenta calcular mentalmente la distancia a que están pintadas y cuánto miden. Te sabes la ruta perfectamente; podrías hacerla con los ojos cerrados si te lo propusieras. Pero ahora tienes otras cosas más importantes que hacer. En la guantera. Ábrela y métete en el bolsillo lo que haya en el bolsillo. Aparca. Es aquí. Te está esperando cerca de la farola. Acércate sin que se te noten mucho los nervios. La mano lejos del bolsillo. Quítate las gafas de sol, que te mire los ojos y sepa que no estás dudando. Deja que hable primero.

-¿Está hecho?
-Está hecho.
-¿Cuándo, entonces?
-Mañana, a la misma hora.
-Bien. Hasta mañana.
-Hasta mañana.

No ha sido tan difícil. Vuelve al coche. Espera un momento antes de arrancar. Ya se ha ido. Respira ahora; relájate. Por hoy ya está todo listo. Buen trabajo. Piensa en Lía. Su turno empezó hace veinte minutos. Puede que sea el día. Te sientes afortunado, satisfecho de ti mismo. Lo que se dice un hombre con suerte, un triunfador. Igual lo consigues. Recuerda ese perfume mezclado con el humo de cigarrillos baratos. Esa espalda desnuda con la cicatriz, casi un tatuaje, en forma de espiral cerca del hombro derecho. Quizás se haya puesto esta noche otra vez su vestido de serpiente. Los tacones azules, los únicos que tiene, y aún no ha aprendido a llevarlos. La echas de menos desde la última vez que la viste. Y aunque el recuerdo que te dejó no fue muy bueno, es imposible que cambies de idea y decidas ir a otro sitio en este preciso instante. Tienes que ver a Lía y pedírselo. Así que quítate la corbata, coge el peine del salpicadero y arréglate un poco. Échate encima un poco de esa elegancia que está acostumbrada a tratar y ve directo a ella, sin contar con nada.

-Disculpe, caballero.
-¿Sí?
-Lleva usted un faro trasero roto.
-No lo sabía.
-Pues ahora ya lo sabe. ¿Me permite su permiso de conducir?
-Claro. Tenga.
-Gracias. Vamos a ver…

Digresión 1: Estás sentado en una habitación que no conoces. Frente a ti hay una mesa con un montón de papeles en blanco y un rotulador. Apoyado contra la pared, un hombre te mira con una sonrisa tonta. Asiente sin parar. Miras al suelo y ves unas baldosas de colores chillones puestas de cualquier manera, sin guardar el mínimo orden. Se escuchan risas histéricas al otro lado. Alguien llama a la puerta y el de la sonrisa abre. Aparece una camarera de hotel con un uniforme raído, que deja sobre la mesa un plato lleno de dados de veinte caras con mayonesa. Se te ocurre de repente una idea para empezar a escribir.

Rápido, acelera. Va a tardar aún en reaccionar y subirse a la moto para perseguirte, y tu coche es mucho más rápido. Esta carretera es tuya, no te pongas nervioso. Aquí no puede ganarte. Estás en tu terreno. Se va quedando atrás lentamente, como el final atenuado de una canción demasiado triste. Ya no lo ves. Lo has perdido de vista y no habrá tenido tiempo ni de comunicar tu número de matrícula. No sufras más, era lo que debías hacer; lo que tenías que hacer. Que tu corazón se calme. Sigue un poco más y tuerce a la derecha, al descampado, junto a los árboles. Sin luces eres invisible en esta oscuridad. Siéntete parte de ella mientras tu miedo se va esfumando. Escucha los sonidos del bosque que se cuelan por la ventanilla. Tantas cosas que no saben y que pasan justo a tu lado, a tu alrededor. Siente ese viento frío separándote la piel de la ropa, erizándote el vello. Estás vivo. Sigues vivo, después de todo, y ha sido endiabladamente sencillo. Apretar el acelerador y correr para estar cuanto antes con Lía. Y mañana, de nuevo a las responsabilidades. Esto ha sido una anécdota sin importancia. El que importa sólo eres tú. Ya lo sabes. Siempre lo has sabido. Si estás aquí es gracias a ti, y a nadie más. Pero aún te cuesta hacerte a la idea de esta nueva vida. Es lógico, pero no se te ocurra darle más vueltas a la cabeza al respecto. Lo has elegido tú y es algo fantástico. Alguien es posible que te espere ahora. Termina de recuperar la compostura y ve.

-¿Otra vez tú?
-Sí. Quería verte.
-Tú siempre quieres verme.
-¿Puedo invitarte a algo?
-Ya estoy servida. Gracias.
-¿Quieres hablar?
-Mi tiempo cuesta dinero. Ya lo sabes.
-Tengo dinero.
-Seguro. Pero lo que no tienes es interés.
-Déjame demostrarte que te equivocas.

La chica del policía bebe en una copa de cristal tallado. Es la única que hay en el local, y la guardan sólo para ella. Da un sorbo y deja una media luna de carmín rosa. Entones, alguien lejos de allí enciende una lámpara. El resplandor te deslumbra un segundo, lo suficiente para que a ella le dé tiempo a desaparecer. Miras a todos lados, sumido en el desconcierto, dejándote llevar por un instinto que nada tiene que ver con la supervivencia. No es eso lo que has estado aprendiendo todos estos años. Sangre fría, eso es lo primero. La chica no está, pero no puede haberse esfumado sin más, sino que tenía un plan de huida, lo que significa que estaba esperándote. Y si se ha tomado tantas molestias preparando este tinglado, dudo mucho que la encuentres moviendo la cabeza como un loco, como si fueses a descubrirla escondida tras una puerta. Ha salido y no para irse a pie, así que haz tú lo mismo y averigua que está pasando. Paga al camarero y evita que se fije en ti. Ponte las gafas ahora. Mejor que nadie en el bar pueda dar una descripción tuya si la cosa se complica. Y no dudes que todo apunta a que termine complicándose. Reza porque Lía no esté metida en el otro asunto. No creo que resistieses tener que asegurarte de que mantiene la boca cerrada.

-¿Cómo te llamas?
-Ya lo sabes.
-¿Por qué estás aquí?
-Ha salido corriendo.
-Está conmigo, así que lárgate.
-Quiero que venga conmigo.
-No.
-Suéltala.
-No.

Digresión 2: A veces, cuando te despiertas, descubres que el teléfono se ha convertido en un asqueroso ciempiés enchufado a la corriente. Te levantas y sales de la habitación, confiado en que la mañana mejorará. En tu salón hay una fiesta de niños sordos que compiten entre sí por ver quién es capaz de explotar más globos con una silla de ruedas. En la chimenea arden a cámara invertida varios álbumes que habías olvidado hace años. Pones la tele y ves a un hombre sin rostro cambiando de canal, sin conseguir desaparecer de la pantalla. Más tarde, cuando regresas del trabajo, algo te dice que hubiera sido mejor no estar de acuerdo.

No llevas puesta la corbata. Lo recuerdas, pero estás demasiado confuso y te palpas el pecho de la camisa para ver si se ha empapado, pero no está ahí. Un zumbido menos agudo que el de una mosca te llena los oídos. Se pasará en un momento. Lo has escuchado antes, no muchas veces, pero sabes cómo funciona. Siempre pasa lo mismo, pero es el precio que hay que pagar. Aparcas junto a la vieja cabaña abandonada, a un par de kilómetros de la carretera. Abres la puerta y bajas, poniendo los dos pies en el suelo al mismo tiempo. Te encanta el sonido de los zapatos al caminar sobre la tierra, sobre todo cuando pisas piedras pequeñas. Es como una caricia hecha música. En las películas, en todas las películas, es un sonido que te hipnotiza. Agarra bien la pala y poco a poco. Tienes tiempo; tienes toda la noche. No pienses en la arena cayéndole sobre los labios, borrándole una sonrisa que sólo has imaginado alguna vez. A él ponlo boca abajo. Ahórrate los sentimentalismos de última hora. Ya está hecho. Revísale de nuevo los pantalones, no vayas a dejarte alguna sorpresa. Está limpio. Acaba el trabajo y vuelve a casa.

Duerme.

-Han desaparecido.
-¿Quiénes?
-Los demás.

Apaga la luz. Sigue durmiendo.

1 comentario:

Adepta Sororita dijo...

¿Influencias de David Lynch? :3