lunes, 31 de mayo de 2010

Los meninos

La infanta Margarita tiene sed. Se le acerca por la derecha doña María Sarmiento, menudita y campanela, que le tiende solícita un búcaro colorado con agua. La niña Habsburgo se ve reflejada en la bandeja pulida al cogerlo y sonríe, tocando el suelo con la punta del pie bajo el guardainfante. Del otro lado, la Velasco se pinza las puntitas de la basquiña y le reverencia con pasión de duquesa, sin perder de vista a los reyes ni por un momento. La camarera de doña Mariana conversa con la estatua de Ruiz Azcona, que preferiría hundirse aún más rápido en la oscuridad en que desaparece. Maribárbola, rumiando una adivinanza que no resuelve, en el pecho la mano y la mano roja, preparada por si el italianito vuelve a hacer ladrar al perro, que no le deja concentrarse. Frente al enorme lienzo está Velázquez, el corazón cruzado de gules, que no sabe cómo decirle a Felipe Cuarto que tiene que volver a empezar, porque no le gusta el encuadre y la iluminación es insuficiente. Por el fondo entra don José Nieto, bajando los escalones sin correr, con la compostura propia de la dignidad de su cargo, alzando luego inesperadamente los bigotes y la voz.

-Majestad, los dinosaurios exigen ser recibidos de inmediato.

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