viernes, 28 de mayo de 2010

Sueño

Y lo más grande, dios mío, lo más grande de todo es que sólo querían dormir, sólo dormir, tener un sitio para pasar la noche, nada más, que creo yo que no era pedir mucho, vamos, creo yo, que a eso tiene derecho cualquiera, cualquiera, hasta el más miserable, pero nada, que no hubo forma, que por más que porfiara no le convencía, no se bajaba del burro, que no y que no y que no, que no era problema suyo y punto, que no quería escuchar hablar más del tema y se acabó, que si seguía erre que erre, al final, lo iba a sentir yo más que ellos, que también tenía guasa la cosa, ellos, decía, que no tienen ni donde caerse muertos y les ha parecido bien dejarse caer por aquí, que no tenían nada mejor que hacer, como el que no quiere la cosa, y que él no era una hermanita de la caridad, y que lo suyo no era un albergue, y la misma murga una y otra vez, que no se cansaba, encima que decía que no quería escuchar hablar más del tema, y él que no dejaba el asunto, que parecía que le gustaba y todo, que disfrutaba de la gente que le daba el coñazo, y lo peor era luego verlos, a los otros dos, porque uno ya se había ido, que no aguantaba más, que a mí me parece que lo decía por la cabezonería del dueño más que por cansancio, por el sueño, el sueño, madre mía, que se comía a los otros dos mientras el dueño no callaba, ni daba su brazo a torcer, nada, y mira que le repitieron veces que sólo querían dormir, que lo repitieron hasta después de repetírselo yo, que ya es tener valor, que había que verle la cara, la sangre a puntito de saltársele, como los ojos, que ya no tenían blanco, y las manos, que eran puños, y el perro, porque también había un perro, que no dejaba de ladrar, y venga a ladrar y venga a ladrar, que parecía que no se le acababan los ladridos, que siempre tenía uno más que soltar, como el que tiene que decir siempre la última palabra, y guau y guau, y el otro que le daba patadas para que se callase, y que no le hacía caso, y que luego se mezclaban las voces del perro y del amo y no se sabía si hablaban los dos o si ladraban los dos o qué hacían, que no sabías quién de los dos te iba a morder, y el viento que hacía, un terral que se te metía por los agujeros de la nariz y te llenaba por dentro como con agua caliente, el aire que quemaba, que te ardía por debajo de los pies, de esos que no te dejan dormir, y ellos allí, pidiendo dormir, ni dinero ni comida, sino dormir, cualquier sitio, lo que fuese, que era sólo planchar la oreja en el primer escalón y ya está, que por favor, que por sus muertos, que por dios y por la virgen, que sólo querían dormir, pero ni eso les dejaba, que no quería, que no, y ya está, que ya estaba bien de tanto pedigüeño suelto, de tanto vago por ahí, de viva la vida, mientras que uno se tenía que buscar las habichuelas, que no era fácil buscarse las habichuelas, nada fácil, decía, que hay mucho cabrón suelto, decía, mucho hijo de puta suelto por el mundo, y que él los calaba a la legua, y que a ellos los había calado, que les conocía cómo si les hubiese parido, que no le daban nada de pena, que la cantinela se la sabía ya de memoria, y que no colaba, y que se le estaban hinchando los cojones de mala manera, y los otros que no tenían ya ni fuerzas para tenerse en pie, que estaban que se caían, apoyados el uno en el otro, como dos borrachos, que olían a peste de borracho, decía el otro, que no era verdad pero lo mismo daba, que iba a seguir en sus trece así se murieran allí mismo, enfrente suyo, que no iba a mover ni un dedo, que era ya muy poca vergüenza lo que había allí, y venga lágrimas, y venga el perro, que parecía que iba a comisión el perro, que no se le cansaba la boca al perro, y la noche que tampoco se paraba, y lo tarde que era ya, que un poco más y ya amanecía, que les soltó el dueño que ya total se esperasen, que ya se hacía de día y no tenían que preocuparse de dormir, y al principio lo iba diciendo ésto con más calma, que casi parecía que estaba siendo amable, después de todo el temporal, pero que al final se estaba riendo el tío, que ni terminar la frase podía de la risa, que se cachondeaba de los otros dos, que estaban que se caían de sueño, que no entendían ya de horas ni de si era tarde ni de bromitas ni de nada, nada de nada, que les daba todo igual ya, y el tío que se partía, de verles la cara se partía, el cabrón, y el perro, que ahora estaba con un ladrido de esos que los oyes y te parecen talmente una risa, que también se descojonaba el perro, como el amo, y que daba hasta miedo aquello, que los pelos se te ponían de punta, como escarpias, y la carne de gallina, con las risas, que parecían de película de esas de miedo, y yo que estaba por callarme, que no sabía ya si se estaba riendo de cachondeo o de locura, que también parecía locura aquello, y no dije más, que también vi a los otros dos hartitos, que tampoco decían nada, que estaban mirando al otro reírse, que lo miraban como si ya no hubiese otra cosa, como si no importase otra cosa más que aquello, como si lo demás no estuviese, y que me acuerdo que yo los miraba a ellos y sentía como un nudo en el estómago, que su estampa casi que daba más miedo que el dueño a coro con el perro, y que me acuerdo de que miré el reloj y era verdad lo que había dicho, que iba a salir el sol en nada, y que se me quedó en la cabeza la hora que era, que eran las seis y cuatro, que a esa hora fue cuando los otros dos, que ya estaban hartitos del cachondeo del dueño, que fue cuando cogieron la tubería, el uno, y la cadena del perro, el otro, que la cogió con tanta fuerza que la sacó de la pared la argolla, y el tío que ya no se reía, que gritaba que qué coño pasaba, que a qué coño jugaban, y el otro, el de la tubería, que se fue para él y no le dio tiempo ni a decir coño otra vez, que cayó tieso, y que, de eso sí que me acordaré siempre, que lo tengo grabado en la cabeza, que cuando cayó el otro, el dueño, le salpicó la sangre a la cara del perro, que todavía estaba con las patas para arriba, manoteando, que ya tampoco se reía, ni ladraba, y un ratito más tarde ni se movía tampoco, que estaba hasta los cojones del puto meneíto del perro de los huevos el otro, el de la cadena, y que qué puta calor hacía, le decía el compañero, que era hora, por fin, ya era hora, joder, que eran ganas de marear la perdiz, que eran muchas ganas de joder la marrana, coño, que sólo querían dormir, dios mío, que lo más grande de todo era que sólo querían dormir.

3 comentarios:

Drazharm dijo...

Digno texto del maestro de las palabras, sí señor...

María J. Montiel dijo...

Muy bueno, sin detalles ni descripciones amplias. ¿Para qué? Si se entiende perfectamente. Te agrego a mis blogs ;)

Adepta Sororita dijo...

Se sale totalmente de tu estilo... así que tiene mas mérito aún :3
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