sábado, 29 de mayo de 2010

El ictiopeirón

Es, tal vez, un pez infinito imbricado de infinitos peces, semejante a una loriga acuática formada por una eterna sucesión de launas plateadas, que sólo se alinean una vez cada siete milenos, permitiendo al animal desplazarse en línea recta hasta que encuentra algún obstáculo, donde se disgrega y se extravía en la memoria de los hombres, juntándose de nuevo al cabo de los años.

Habita por lo general en aguas muy profundas y frías, oculto por el resto de seres marinos que lo tapan con sus sombras al nadar cerca de la superficie; de este modo, es imposible concretar el emplazamiento de la criatura, por lo que a lo largo del tiempo se han aventurado las más disparatadas suposiciones. Un redero de la isla de Faial, en las Azores, aseguraba que siendo mozo consiguió arrancarle con el trasmallo parte de la aleta dorsal, con la que había techado luego su barraca. La choza fue derribada hace medio siglo por un terremoto y los familiares del pescador marcharon a Ponta Delgada, cansados de las murmuraciones que los acusaban de la catástrofe.

La leyenda afirma que las escamas del ictiopeirón son lunas bruñidas, que urdidas entre sí, en la esfera interminable que dibujan, se sirven unas a otras de azogue, repitiendo la imagen del mundo hasta crear un mundo nuevo en su interior. Este universo especular, argumentan algunos, acoge la genuina esencia de Dios, atrapada en un laberinto de reflejos destinado a confundirlo y apartarlo por siempre del camino del hombre.

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