domingo, 21 de octubre de 2012

Brüllen (Rugido)

Un guripa charolado ha encontrado un trozo de papel en la lengua de bronce de Daoíz –uno de los leones que guardan las puertas del Congreso; concretamente el que olisquea San Jerónimo anhelando encontrar, en un hipo de brisa fresca, una traza de las croquetas de Lhardy–. Se trata de una carta, un pliego sucio y acribillado, en el que ya sólo puede leerse la última línea. Dice: «Wer ist John Galt?». Mierda de alemanes, opina, aunque ha tardado un poco en reconocer el idioma. La revisa al trasluz. No hay firma.

Antes de que la mirada del benemérito centinela llegue al suelo ya se ha arrepentido de la idea –además hay gente mirando, y los de Ahumada tienen una imagen–, así que suspira, arruga el trozo de papel y se lo guarda en un bolsillo del pantalón. Un rato después, con la violencia de ese latigazo muscular que a uno consigue levantarlo en mitad de la noche, siente un intenso escozor en el muslo derecho, como si el fémur se asfixiara y se abriera paso a través de la piel para tomar aire. La sensación dura apenas un parpadeo, pero ha estado a punto tirarle escaleras abajo. Luego, en casa, mientras la lavadora transcribe en jeroglífico de espuma la bola de garabatos, olvidada en el fondo de una sima verde, referirá a su mujer lo ocurrido.

Pero no le dirá –porque no lo recuerda; porque no ha querido tener que recordarlo– que, al limpiarle la boca al león, se notó los dedos húmedos de saliva.

No hay comentarios: