sábado, 15 de octubre de 2011

Introducción a la invisibilidad

Un anciano derviche oriundo de Bagdad, que por muchos años fue patrón del desierto y señor de sus ropas, presintiendo la muerte cerca de una mezquita, apremiado por la falta de tiempo y papel, copió en un margen del Alcorán (que Alá lo perdone) la fórmula para hacerse invisible. El santo libro conoció un milenio de arena antes de ser recuperado por un aventurero inglés y llevado a Londres para su restauración y estudio. Meses más tarde, mirando a través de una lupa sostenida por arneses de acero, un reputado paleógrafo a cargo de la investigación se topa en la orilla de una página con el garabato del viejo sufí. Sólo una palabra, inscrita dentro de un torpe círculo en un dialecto insondable. El informe remitido al director del Museo Británico sugiere una traducción aproximada del término, que fervientemente rebate un catedrático de Cambridge. El documento asegura que en ese añadido posterior se lee vete. El profesor insiste en que la transliteración estricta de los signos da vuelve. Aún no se ha llegado a un acuerdo.

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