jueves, 13 de octubre de 2011

Diagnóstico y tratamiento de la sospecha

Se hará la pregunta al cerrar la puerta del ascensor, al abrir un libro por la penúltima página, al entrar en la consulta del médico o al salir de la peluquería. Se la hará igualmente en cualquier otro país, en cualquier estación. Se la hará, si la duda es perentoria, dentro de un submarino, bajo el paraguas rosado, en la cama (esto ocurrirá muchas veces) o a punto de estornudar. Ante todo, no se alarme. Dejando a un lado la intensa angustia que provoca, el mal que usted padece, a priori, es inocuo. El desarollo de la afección es común. Sobreviene el contagio en ambientes propicios al silencio y la conjetura, espaciosos y despoblados en la mayoría de casos, apacibles, aunque no es infrecuente que se produzca en una caravana o en la cola del aseo de una taberna. Comienza con una sensación similar al picotazo leve de una hormiga. Luego, inoculada la sospecha, la inquietud arraigará a velocidad variable dependiendo del estado de ánimo del sujeto. Pase entonces a cuestionar con regularidad, preferentemente a media tarde después de comer; evite hacerlo en las primeras horas de la mañana. No tema ser crítico: indague, ahonde. Rechace las evidencias inocentes: ¿por qué se enfría el café?, ¿por qué el cielo se enreda de nubes? Repita la operación durante varios días hasta que la suspicacia original cristalice en una pregunta bien formada. (Si aparecen cefaleas masque dos aspirinas mientras descuenta segundos en un reloj de pared). Observará que la pregunta será siempre la misma, inconfundible, aunque se presente con elementos de aparente novedad, como sucede con las guerras cuando se retoman tras una tregua demasiado larga. Desconfíe, por tanto –y por sistema–, de los buhoneros que pregonan nuevas incertidumbres. Sepa que no es la pregunta lo importante. Tampoco lo es la respuesta, ni su forma ni su contenido. Si algo debe quitarle el sueño es la disponibilidad de ciudadanos, familiares, amigos (la desesperación también admite anónimos) que se dejen preguntar, que le extraigan a uno del vientre esa tenia fantasma y succionen todo el veneno. Dese prisa y encuentre el suyo lo antes posible. Recuerde que quedan pocos, que se esconden, y cada día se pregunta más. Exprese su recelo en voz alta y clara, sin atropellarse. Acuda a la radio si es preciso, a la ventana o al azar de los números telefónicos. No deje, bajo ningún concepto, reposar la intriga. Puede enconarse y provocar alucinaciones.

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