domingo, 27 de marzo de 2011

Naranjas

Había naranjas. Naranjas por todo el suelo. Naranjas frente a la puerta de la iglesia. Naranjas redondas, grandes, brillantes. Naranjas como planetas naranjas en una noche de piedras blancas y negras. Alguien las había hecho caer de los naranjos, de mala manera, a patadas contra el tronco. Como los niños que quieren bajar al gato de las ramas. Pero las naranjas no tienen uñas para agarrarse, ni saben lo que es el equilibrio. Cuando el viento las besa rápido ni se asustan ni sonríen, ni sienten un cosquilleo en el estómago. Las naranjas son burbujas con coraza.

Tenían la piel tibia, perlada de zumo ácido, de sudor de naranja. No se movían. Se daban, muelles, las manos de hojas almidonadas, como cuchillas verdes, para quedarse en el sitio, a la espera, tal vez, de otro cielo. Calladas, como muertas, para engañar a los pájaros. No pensaban en la vida las naranjas, ni en el amor, ni en las matemáticas, ni en la sensación de la savia quieta en las venas. Tampoco en los zapatos de tacón ancho, y en los más afilados. Se hicieron las sorprendidas en todo momento. Les llovió, de pronto, una tromba de arroz, y retemblaron con los campanazos. Reconocieron la música, como tantas veces antes, y los goznes bostezando con su voz de soprano, abriéndose, y los pasos y las carreras. Un dragón gigante pasaba por el universo, dando coletazos lentos a los astros y desviándolos de sus órbitas para siempre, desperdigándolos en el infinito. Como canicas lanzadas con demasiada fuerza. Dieron contra zócalos, contra los bordillos gastados, pasando por encima de las rejas de las alcantarillas, hasta llegar a ninguna parte.

La torre de los terremotos metálicos aún no se había puesto el dedo sobre los labios. Se les rompieron los huesos de tanto apretar para nada, a las naranjas. Algunas, cortadas, mostrando los órganos contraídos por el frío. Cada una en un lugar, solas, marcando de naranja un punto anónimo en un mapa demasiado grande. Trazaban líneas nuevas que interrumpían las sillas y las esquinas de los callejones, y una cancela de hierro con un letrero, y un laberinto de pies que sostenía un bosque de columnas de raya diplomática y medias de seda. No tienen memoria, las naranjas. A mitad del banquete se levantó una chica y miró de reojo a la exiliada que estaba más cerca. Al planeta ausente de su estrella. Viajó a la naranja y miró más allá. Hasta otra naranja. Y hasta otra más. Todas las naranjas, unidas, cuando no lo creían ni lo esperaban, por un riachuelo claro de su sangre. Cuando las dejó sobre la hierba dibujaron el mismo sistema solar; por azar, el azar repetido. Tenía ella en el brazo seis lunares idénticos a seis naranjas, y sonrió, sintiendo en el pecho un repentino estremecimiento de árbol. Se olió las manos. Los dedos, se los lamió. Una lágrima de naranja y una lágrima suya rodaron a la vez por una misma mejilla. Y cuando cayeron, sin que a ellas les diese tiempo a predecirlo, las raíces ya habían arañado la capa más dura de la tierra.

1 comentario:

Adepta Sororita dijo...

:3 Mucho habia tardado esta maravilla en salir a la luz :3