miércoles, 16 de febrero de 2011

Cascabel

«En tu afrutada procesión de medusas / rozas el alma con fugacidad de incienso»
(Vinho)


Despierta, continente, despierta: aquí te llamo, ¿no me oyes? Clavando un grito en forma de cruz en cada cima, de palo en palo colgando guirnaldas eléctricas, asustando a los pastores, inspirando leyendas y neblinas, voy por el camino persiguiendo la estela esquiva de tu sombra, hasta la tierra más verde de tu cuento. Ojalá te acuerdes de mí, patria, matria, sin celos, sin nombres, el día en que de los cielos veas caer una cuerda, y por la cuerda subas, y a la nube llegues. Porque en esa nube, junto al risco donde até la cuerda, tendrás, sólo para ti, el calendario de las máscaras que no caen nunca: el más exacto retrato de mi corazón, velado para siempre por la lluvia en el otoño de Todas las Sorpresas.

¿Volverás a mí desnuda, como yo te imaginaba, cuando el hedor de las pocilgas, de tus palacios y tus solios, te haga salir de entre las algas, aprendiendo de memoria, una vez más, ese llanto que hace años se te coló en el laberinto? Yo así lo creo; así te dibujo. Como poseída por una pataleta de titanes, rellenando el hueco amor de los océanos con una sola lágrima, un pasito, luego un paso, después un giro, otra rabieta, un piropo del viento a tus veintipocos años de aire: apenas un jirón de envidia, y vuelta a empezar; hasta el infinito. No quisiera yo más que darte ese beso, ése que no te da nadie, y anillarte los dedos y ofrecerte sacrificios, encogerme la vida en un hipo de tu carne –como un lunar, como una herida, quedarme para siempre– y olvidar los colores, la rigidez de los músculos, los desiertos colgantes de esa Ciudad y los pétalos de la magnolia: respirar, ya sin pulmones, quizás con branquias, por agallas de acero, un perfume que sé que guardas, suspicaz, en el rincón más ridículo y secreto de tu Historia.

No temas, mi princesa: no te llevará el dragón; no te malquerrá la bruja. Tendrás tu armiño blanco y tu diadema; un vestido, diamante de nieve, cuando suenen las campanas de tu boda, y también una corte de duendes, azaleas y caballitos de mar, tal vez algún silfo, un ojanco y un buitre, cosidos en una red de almadraba, confundida de atunes y sueños, por el más bello ajuar. Serás, mi princesa, la niña que eres y la mujer que eras. Y cuando hambriento venga a acometerte, cuando furioso desoiga tus súplicas, me ría, y mi lengua te lacere el torso, como quien fustiga los pilares de la noche, no habré en la boca otro sabor que la madera, y no habrá en tus ojos más resplandor que el de la almohada.

1 comentario:

Adepta Sororita dijo...

:3 Demasiado para poderlo explicar con palabras.