miércoles, 2 de noviembre de 2011

Paseíto

Aquí la palabra aquí, nada más empezar, entera, desde el arranque de la mayúscula hasta la cresta de la tilde, y más allá, ni cinco segundos después, el incierto final del folio tras el cristal líquido, y más allá estas manos, como las tuyas, picando tecla sin canción, y más allá los cables, una bolsa de plástico, el peluche afónico en su vejez deshilachada, resolviendo charadas terribles bajo el edredón, y más allá una ventana poblada de reliquias de lluvia, y más allá la tarde, la acera, las rayas escurriéndose por los agujeritos del asfalto, los contenedores en la primera hora de la digestión, y más allá una panadería que no hace honor a su nombre, y más allá los coches, los quietos y los inquietos, y más allá un ceda el paso que sólo sonríe los días impares, y más allá cajones de fruta como crías de gata en una cesta, y más allá la fisura de mi barrio, el cartílago gris que lo articula al resto de Málaga, flexionándose hacia el centro, y más allá la biblioteca, con Cánovas recibiendo universitarios en su pedestal de cartón sin placa, y los libros, y Borges, y Cortázar, y Saramago, y ocasionalmente Auster, y el sudor de mi frente en el soporte de las lámparas, y un aleph en cada esfera de tinta, y las horas que allí pasé estando en otros sitios, mejores sitios, y más allá un olor que nunca se repetía, especias baratas, queso de bola caliente y papel podrido, y más allá los dedos encallecidos del marqués, las farolas que encendió Aparicio, y en la Marina chorros intermitentes resaltando camisetas oscuras, eslabones brillantes, cordones zigzagueando en botas infinitas, que no calzan, que tampoco sostienen, y más allá la arrogancia paralela de los árboles, y más allá el ayuntamiento y todas las luces, y más allá un balcón donde un geranio parece arrepentirse, y más allá la cocina donde se desnuda una muchacha, provocando a la cafetera, y más allá una chispa que no engendrará incendio, y más allá, otra vez, la calle, las calles anchas, las finas, las que se caminan de perfil, la plaza sin palomas, la judería insinuando trazas de licor lejos de su rayuela, y más allá querubines, y más allá letras en un túnel que nadie pronunció en diez años, y más allá mi pie, y más allá la indiscreta sandalia, y más allá el charco, y en el charco yo, y yo en el charco, y el golpe de la lengua y de nuevo la voz encerrada en el puño, de nuevo la epifanía del cortaúñas, y más allá la Merced como una mala racha cubista, la zanja de atrás como un puerto USB para conectar el presente, y más allá un aparcamiento, el rumor de una sombrilla a la sombra, dedicada a olvidar, y más allá el ala de una libélula, y más allá unas migas antiguas de tu desayuno, y más allá un meandro del tiempo que ataja por el Cervantes, pasando el tinglado del Sepulcro, que ya no está, hasta Comedias, Granada, Constitución, y más allá, pero sólo un poquito, la bandera, citando al pitón corniveleto de La Equitativa, y más allá un crucero de aire, que es Chinitas, donde la radio del vaciador suena a la vez hace veinte años y ahora, y más allá un jeroglífico telúrico pintado con azufre, un tonel de fino donde se manosean boquerones, y más allá la presentida certidumbre de un catarro, y más allá la futura silueta de mi espalda en un banco de la catedral, y dentro, en el sagrario, en el rostrillo de la dolorosa, un laberinto, ése, y más allá otros catorce (de los que hablé y aún tengo que hablar) cogidos con una guita, manojo de espárragos que pretenden en sus yemas las incipientes arrugas de Cristo, y más allá un escalón fatigado, un chicle, y más allá del quiosco, donde compro una lata, la conversación banal que despierta la envidia en los que andan despacio, y más allá los gorgoritos de las piedras en el suelo, y más allá, a mi derecha, que es la tuya, cerca de la entrada, la mesa donde se me resbaló el batido que mojó el donut, cuyo diámetro interno me evocó la sonrisa redonda de la pieza de veinte escudos portugueses que llevo en la cartera, y más allá su sonrisa, y más allá caras crudas sujetando un escaparate, y más allá una tenida de pulgas sobre el lomo de un chucho, y hormigas disolviendo un bastidor en el que espontáneamente se dibuja un detalle de El juramento de los Horacios, y más allá el clopíneo autobús adegomándose brusco, los asientos palisados de jorpuna, casi urlinos, los viajeros en el tremán o echando un ojo a la glómica, el conductor, ya ircuso, yerbando una nevala por el retrovisor, recibiendo en respuesta una aseropática conculnia, nada inmerecida, y más allá, en breve, jazmines, y más allá el desove del invierno en una oleada de perchas en desbandada, y más allá romanos, y luego árabes, y luego cremalleras engrasadas en Puerta Oscura, y más allá, en un cuaderno de tapas verdes, en la séptima página, mi número, y más allá la oblicua huella de una pezuña, y más allá una reja para que no escapen los muertos exiliados de la Gran Bretaña, y más allá una partida de go que involucra a un ciego y a un niño, y más allá sueldos que se comerá la hiedra del juzgado, y más allá, muy cerca, acabado el giro, la cuesta prosternándose como un glaciar de arena hasta la playa, y más allá su neverita y su crema, la parte de arriba de un bikini de flores, la vergüenza, y más allá, ella, y más allá de ella el mar, y nada más.